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En el laboratorio de salud pública de Madrid se amontonan las muestras de cerveza con las de aceites, las de licores clandestinos con las de carne sospechosa. Un grupo de químicos expertos en detectar fraudes alimenticios trabaja a destajo entre cubetas y batas blancas. Francisco Alarcón, uno de los técnicos, ve una botella de whisky y ya puede intuir si se ha adulterado su contenido o se ha rellenado con agua o alcohol de menor calidad. “El envase da muchas pistas. A veces la anilla esta rota, señal de que se ha reutilizado. Otras veces el lote aparece rayado, lo que indica que se ha introducido en el mercado nacional de manera clandestina”, explica a El Confidencial.
Este medio ha visitado este laboratorio pionero en la materia para ver cómo se persigue el garrafón, un fraude extendido en los años 80 y 90 y que, según explican en inspección de Sanidad y Consumo, hoy está cambiando. El año pasado durante la celebración de la Eurocopa que ganó España la Policía hizo una redada en las calles de Madrid y se incautó varias botellas de supuesto whisky pero que en realidadcontenían agua con caramelo.
El nuevo garrafón es más tosco. Ya no se vende en bares, sino que ha salido a la calle. “Este un relleno muy burdo, poco habitual. Pero sí es cierto que el garrafón ha mutado. Hoy el alcohol adulterado lo encontramos menos en establecimientos nocturnos y más en venta ambulante, cuando hay grandes aglomeraciones o celebraciones”, explica a este medio Alberto Herranz, responsable del laboratorio de salud pública de Madrid.
Este centro comenzó a analizar las muestras de licores sospechosos hace 30 años, "cuando nadie lo hacía en España". En los años 80, durante los años de la Movida, los inspectores de Sanidad iban a los locales de dudosa reputación a la caza del alcohol tramposo. “Entonces el 50% del whisky era falsificado y a veces las botellas estaban rellenas de agua con colorante", explica.
Solo un 2% de mala calidadHoy las muestras de alcohol de mala calidad que se detectan no pasan del 1% o el 2%, según los datos del laboratorio. Con los años el garrafón ha cambiado de rostro. Ahora es raro que se de el cambiazo o se añada agua a la ginebra o al vodka. Lo que sí se hace es vender un alcohol de inferior calidad por otro más caro. Según Herranz, los envases etiqueta negra se llenan con licores de marcas blancas o nacionales y se venden como si fueran importadas. “Desde que se liberalizaron los precios existe cada vez menos el llamado relleno, pues es un proceso muy aparatoso. Los hosteleros pueden vender las copas al coste que quieran así que no les merece la pena el riesgo que supone”, explica la inspectora jefe de un distrito del norte de Madrid. Según relata, ahora “los sabores raros se producen porque quedan restos de detergente en los vasos o por el hielo".
Esta profesional lleva 35 años realizando redadas en la capital y desvela que lo que en ocasiones genera dolor de cabeza y malestar no es el alcohol malo sino losrastros del abrillantador con el que se lavan las copas. “Hace un tiempo comenzaron a llegarnos denuncias de bares sospechosos de dar garrafón. Pero cuando llevábamos a cabo la inspección y analizábamos las muestras en laboratorio el resultado era siempre negativo", explica la experta.
Resaca por el detergenteSegún Herranz, se trata de una infracción involuntaria bastante extendida que tiene su origen en el mal lavado de las copas. Los servicios de inspección del citado distrito lo descubrieron a raíz de la denuncia de un vecino. “Era cliente de un bar. Decía que cuando acudía los jueves al establecimiento no tenía problemas. Sin embargo, cuando iba el viernes, se levantaba el día siguiente con dolor de cabeza”, explica la experta.
La inspección se personó en el local, realizó las muestras pertinentes y no detectó ninguna trampa. Los funcionarios acudieron varias veces al establecimiento hasta que se dieron cuenta de que la culpa de la resaca no la tenía el garrafón sino el detergente. “Lo fines de semana se descuida el proceso de lavado porque hay más gente. Los lavavajillas funcionan constantemente, se acorta el programa de limpieza y no se dosifica el abrillantador porque no hay tiempo. Como a veces las copas se sirven calientes, el alcohol fija el detergente”, relata la jefa del servicio.
Según Herranz, la mayoría de las denuncias que llegan al laboratorio tiene su origen en esta mala limpieza de la vajilla. “En estos casos la verificación es in situ. También se pueden tomar muestras del vaso y analizarlas, aunque detectar esta anomalía es difícil pues el abrillantador no es estable en el tiempo”, explica su compañera.
A la cazaEn las inspecciones no sólo se escudriñan las botellas. También se analizan los procesos que pueden influir en el consumo como el lavado de las copas, el estado de los hielos o de los limones que aderezan los combinados. El ayuntamiento programa cada año una serie de visitas, pero también acude a los locales que han sido denunciados por algún consumidor.
En el laboratorio se mira el color del líquido, su grado alcohólico y se compara la muestra con el patrón original que facilita el distribuidor del licor. El resultado está listo en tres días.
Estos policías del garrafón aparecen por sorpresa. Suelen salir por parejas. "La noche siempre tiene sus riesgos", explica la inspectora veterana. Mientras uno de los funcionaros se presenta al dueño del bar, su compañero observa los movimientos de los camareros detrás de la barra. "Si vemos algo sospechoso extremamos la atención", relata.
La inspección requiere paciencia y “capacidad para ver donde está el riesgo”. Estos detectives de Consumo toman muestras de los licores, miran los albaranes de compra para ver si son de distribuidores autorizados y controlan si las botellas han sido violentadas. “Podemos estar hasta dos horas observando cómo se hace la manipulación de los productos”, dice la inspectora.
Tapones, roscas y vidrios se trasladan después al laboratorio para que sus técnicos detecten posibles incidencias. “Se cogen tres pruebas. Una es para el primer análisis y otra es para contrastar en caso de que el propietario del local no esté conforme con el veredicto. Además, se toma una tercera por si las dos primeras dan resultados distintos", explica Pilar Jiménez, una de las químicas.
En el laboratorio se mira el color del líquido, su grado alcohólico y se compara la muestra con el patrón original que facilita el distribuidor del licor. El resultado está listo en tres días. Según explica Jiménez, una de estas analíticas cuesta 140 euros. La factura corre a cuenta de la salud pública aunque los particulares también pueden encargar pruebas y costearlas de su bolsillo. “En ocasiones las tomas se mandan a otros países para ver si son genuinas. Es el caso del whisky escocés”, explica la técnico.
Otra ventaEl garrafón ha mutado en la forma y también sus canales de venta. “Ahora el fraude se extiende en sitios donde la comercialización de alcohol es ilegal o en lascelebraciones en la calle. En tiendas 24 horas y de Todo a cien también se han encontrado algunos casos, pero en establecimientos nocturnos el riesgo hoy ya es muy bajo", dice Herranz.
Otra práctica en alza es la de introducir en el país de manera clandestina botellas que están destinadas a otro mercado. “Aquí se altera el etiquetado para burlar los aranceles. El licor es de calidad pero el distribuidor lo vende a precio más bajo, así que es un fraude fiscal no sanitario", explica Herranz.
“Los dueños de algunos establecimientos reconocen que en las macrofiestas cuando los clientes han bebido mucho les dan el cambiazo y se les sirven un licor inferior por el precio del premium porque saben que no se van a dar cuenta”, señala con humor la jefa de inspección. En este caso también se trata de una estafa pero no de un atentado contra la salud pública.
Cada año se hacen de media unos 200 análisis y menos de una decena da positivo. "Hay más vigilancia y más seguridad ", dice Herranz, aunque advierte que con la crisis sí se está recortando los medios y las visitas. Ahora, apunta, hay que estar más atentos pues “la mala situación económica sí puede empujar a muchos a querer hacer trampas para ahorrar dinero”. La sanción para el infractor puede alcanzar hasta los 4.000 euros. Esto disuade a muchos. Según explica la jefa de inspección, “rellenar ya no es un negocio”.

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