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La final del equipo que se está haciendo, el Bayern, contra el equipo que se siente cómodo deshaciendo, la ganó el primero a penalties y a última hora. El Chelsea, que cuenta ya ineludiblemente con el gen de los ganadores más Mourinho, lo tuvo muy cerca con poco juego, mientras que Guardiola está todavía con el martillo y el cincel.
Señal de que su equipo no se despliega sobre el campo todavía con suficiente orden es la jugada del gol de Hazard, con los ingleses en inferioridad tras la expulsión de Ramires: todo el mundo llegó tarde.
Tuvo el balón el Bayern y, en la prórroga, decenas de oportunidades hasta el empate de Javi Martínez en el último segundo, pero empezó con Kroos perdido, los centrales sin sacar el balón con claridad y Lahm, de mediocentro, fácilmente superado por Hazard en el gol de Torres. Ese tanto, una contra perfecta de tres azules contra siete rojos, centro de Schürrle y remate a la primera del español, es otro gol en finales del 9 (como hizo en dos finales de Eurocopa, una final de Europa League y una semis de Champions). Está Torres con confianza y se siente con autoridad: la llegada de Eto'o la ha aceptado como el próximo reto.
Pep se está encontrando muchas situaciones nuevas, pero una esencial. Los futbolistas no alemanes, se dice, entienden lo que quiere hacer; a los germanos les cuesta lanzarse a la aventura. Igual por eso cuando Ribery marcó el tanto del empate desde fuera del área se dirigió al entrenador catalán para mantener una conversación a grito pelado: pareció el gesto de uno con otro necesitado de cariño. Mourinho se encontró un Chelsea que lleva medio año ordenándose con Rafa Benítez y le ha echado bastantes metros atrás para aprovechar la velocidad de sus delanteros. Pudo vencer con sendos balones al palo de Ivanovic o David Luiz, pero la copa se la llevó el que más chutó y más tuvo el balón.

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