Más que nunca, la gran fiesta anual de la final de Copa (TVE-1, 21.30) debe justificarse. Real Madrid y Atlético han puesto un precio desorbitado al partido (entre 50 y 275 euros por billete) y sus hinchadas, las gentes del fútbol, bien merecen una respuesta deportiva acorde con lo que unos y otros han valorado el espectáculo. Un exceso en estos tiempos de penurias por lo que ayer aún quedaba medio millar de entradas a la venta, los ticketsmás caros de Europa. Insólito para un encuentro de semejante calado. Como inaudito resultó que José Mourinho diera plantón al encuentro y a los hinchas y no compareciera ante los medios, el hilo conductor con el público. Esta vez, ni Karanka. Sergio Ramos, en solitario, asumió las funciones de portavoz, como el maduro capitán en que se ha convertido desde hace tiempo: “No he venido a hablar de Mou, el club está por encima de todo; este es un partido de jugadores y hay que devolver el cariño a la afición”.
El cartel muestra a dos equipos de trayectorias opuestas. El Madrid llega tras una temporada de turbulencias con idea de aliviar el curso; para el Atlético, más sosegado en estos días, supone el lazo a una campaña que le ha devuelto a la cumbre de la Liga de Campeones. En Chamartín, el entrenador ha soliviantado a la entidad; en el Manzanares, es precisamente la figura del técnico la que ha cohesionado a un club tradicionalmente en convulsión. Con Mourinho de despedida, el Atlético tiene carrete con Simeone, que ayer, junto a Gabi y Falcao, transmitió un elocuente signo de seguridad: avanzó la alineación titular de esta noche. Su colega portugués solo reveló, a través de los cauces de comunicación del club, la convocatoria y decidió concentrar a los 24 futbolistas disponibles, todos menos el lesionado Varane. Sin el francés, una de las incógnitas será saber si el entrenador levanta el veto a Pepe o alinea a Albiol junto a Sergio Ramos. En sus últimas apariciones, tanto en el Masters de tenis de Madrid, como al inicio de los entrenamientos o en la comida de hermandad del pasado martes, a Pepe se le ha visto muy arropado por Cristiano Ronaldo, un simbólico gesto. Son ellos, los jugadores, los que han cerrado filas esta semana, buscando por su cuenta la unidad. De ellos depende en buena medida cerrar la temporada en comunión con sus aficionados, el madridismo con el madridismo, sin interferencias.
Al menos, que la final no tenga precio.En lo puramente deportivo, el Real Madrid carga con todo el favoritismo, por plantilla y por tres casi tres lustros sin un azote de su rival en los enfrentamientos directos. Los colchoneros llegan con la losa de 14 años de frustraciones en los derbis, pero con el aval de sus buenas prestaciones en las finales, tanto en las recientes europeas como en sus cuatro retos pasados con el Madrid (tres victorias —todas en el Bernabéu— y una derrota —en el Calderón—). Su último enfrentamiento de Liga dejó malparado al conjunto de Simeone, superado por un adversario con suplentes y la cabeza en el Borussia Dortmund. Al Atlético le sobró voltaje y le faltó fútbol. Pero los antecedentes no siempre anticipan algo ante las grandes finales, en las que la carga emocional se multiplica. “Ellos son mejores, pero a un partido todo es posible”, admitió Simeone, nexo indiscutible de un club que, acostumbrado a vender a sus estrellas año a año, ha encontrado sobre quién gravitar. Una circunstancia aplazada en el Real Madrid, que esta noche es más que probable que cierre un nuevo ciclo. Quedan los futbolistas, su mejor patrimonio, los que pueden brindar con sus militantes por un nuevo título. Nada mejor para la estabilidad. Para el Atlético, una Copa en casa ajena y en tiempos de inferioridad presupuestaria sería el broche perfecto a estos años de repunte. Por motivos variados, unos y otros están en deuda.
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