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Pocos pueden esquivar la oleada de especulaciones que el suicidio de Robin Williams ha desatado. ¿Por qué lo decidió? ¿Qué lo impulsó realmente ya que no dejó ni una nota? Que una persona sea divertida y nos haga reír no quiere decir que esté completamente bien...
¿Qué pensaba?, ¿qué sentía en el momento de decidir colgarse? Nunca lo sabremos. Jim Norton cuanta en Time que lo conoció de cerca y sabía que Williams era incapaz de verse a sí mismo de la forma en que lo veían sus colegas.

Los comediantes tienden a ser imposibles de impresionar, pero cuando Robin Williams estaba por subirse a un escenario, aunque ninguno de sus colegas quería admitirlo, era difícil ocultar su emoción.

Para Robin era muy importante lo que los demás pensaran de él. Era de los pocos comediantes que podía rodearse de comediantes que se callaban para poder escucharlo y, sin embargo, nunca intentaba imponerse.

Se sabe que luchó largos años contra la depresión y la adicción (incluso se ha revelado que tenía principios de Parkinson), como muchos otros comediantes que son poseídos por los demonios de la autodestrucción. Como dice Norton sobre su propia experiencia, “el pensamiento del suicidio siempre estaba allí, como una opción tras el vidrio que podía romper en caso de emergencia”.

La gente más graciosa parece ser la más rodeada de oscuridad. Se necesita ser un experto en torcer la realidad para poder confundir a los demonios.

Poca gente lo sabe, pero el suicidio es muy común entre los que hacen stand-up comedy. En 25 años de hacer comedia, Norton ha conocido al menos a ocho que se han quitado la vida. Puede que Robin Williams nunca haya entendido lo mucho que los demás lo apreciaban o, como teme Norton, quizá lo supiera, pero esto simplemente ya no fuera suficiente.

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